Un hombre
circulaba con su vehículo.
Circulaba
despacio. Y no circulaba despacio porque no quisiera circular más rápido, ni
tampoco porque su vehículo no tuviera capacidad para ello. Era un vehículo
normal, con un motor apto para circular más rápido, con un volante adecuado para
dirigirlo de una manera conveniente por la carretera y que, incluso, tenía cuatro ruedas en
perfecto estado para deslizarse por la misma. Sin embargo, por circunstancias ajenas a todo ello, no podía circular más
rápido.
Y su actitud era,
la actitud que tiene alguien, cuando, aún conduciendo un vehículo con capacidad
para circular rápido, se ve obligado a circular más despacio de lo que a él le
gustaría circular, es decir, una actitud desesperada. Su actitud era la
consecuencia de haber salido tarde de su domicilio. Demasiado tarde. Y como si
con ello llegara a conseguir circular más rápido, de su boca salían improperios
irreproducibles, su mano derecha se desplazaba alternativamente del volante a
la palanca de cambios, buscaba continuamente la manera de adelantar y sus ojos
intentaban ver más allá del coche que tenía delante…
El coche que
tenía delante circulaba a la misma velocidad. También era un coche capaz de
circular más rápido y, aunque su conductora también hubiera preferido ir más
rápido, tampoco podía hacerlo. A pesar de ello, mientras conducía, acompañaba
animada con su voz, la canción que escupía la radio, sin hacerle ningún caso al
velocímetro de su coche, adoptando una actitud de serenidad y sosiego. Porque realmente no
necesitaba ir más rápido, había salido de casa con tiempo suficiente para no
necesitar ir más rápido y pacientemente circulaba sin perder de vista al
vehículo que llevaba delante…
El vehículo que
llevaba delante, obviamente, circulaba a la misma velocidad y tampoco podía ir
más rápido. Pero a diferencia de los otros dos vehículos, no llevaba ningún
otro vehículo delante de él, y aunque su conductor también habría querido
circular más rápido, no lo hacía porque el motor de su vehículo no se lo permitía. Se trataba de un vehículo agrícola con remolque incluido, y por más
que su conductor pisaba el acelerador no aumentaba la velocidad. La suya era
una actitud de resignación, la actitud del trabajador que sabe que terminará
demasiado tarde su labor por culpa de que su vehículo no podía circular más
rápido. A pesar de ello, se arrimaba todo lo que podía al margen derecho de la
carretera, con el noble objetivo de facilitar a los otros vehículos que pudieran adelantarle. Sin embargo, el que quería
adelantarle no podía, porque estaba demasiado lejos como para intentarlo, y el
que podía no quería, porque, simplemente, no lo necesitaba…
Moraleja:
Conducir despacio no siempre es voluntario, ni tampoco resulta siempre
desesperante. Sin embargo, salir antes de casa si es voluntario y nunca
desesperante. Así que, si no quieres tener prisa, sal antes de casa.
Pd.: Nuevo mes, nueva chica del mes.