Ahora que todo el mundo, o casi todo el mundo, está o ha
estado de vacaciones, y que todo el mundo, o casi todo el mundo, cuenta sus
experiencias caniculares en su blog, yo no he querido ser menos. Puede llamarme
envidioso si quiere, no se lo reprocharé. Bastante tiene con aguantar lo que
escribo…
Tampoco es que tenga tanto que contar, sólo llevo cuatro
días de vacaciones, pero para que no se me amontonen los acontecimientos, mejor
ir relatando poco a poco, porque si no esto se hace interminable.
El caso es que, circulando en mi primer día de vacaciones,
al volante de mi coche/furgoneta/monovolumen (como quiera llamarlo), a una
velocidad completamente adecuada al tipo de vía por la que circulaba, acontecióme
que, en mi noble intento de meter la quinta velocidad, noté una cierta flojera
en la palanca de cambios. No conseguí meter la quinta velocidad… ni la cuarta,
ni la tercera, ni ninguna otra de las que dispone el
coche/furgoneta/monovolumen. La palanca de cambios estaba más suelta que la
lengua de Belén Esteban en pleno Sálvame…
Lo único que pude hacer, fue arrimarme lentamente al arcén.
Bueno, realmente, además de hacer eso, también pude maldecir en arameo y otros
dialectos ininteligibles, mientras movía incrédulo la palanca de cambios en
todas direcciones.
Una vez detenido el vehículo en el arcén, desmontar toda la
carcasa que cubre la palanca de cambios y cerciorarme de que, tal y como
sospechaba desde un principio, no iba a ser capaz de arreglarlo yo solito,
comencé a buscar posibles soluciones al problema.
Me dirá que tampoco es algo tan grave. Me dirá que a todo el
mundo, o a casi todo el mundo le ha pasado alguna vez que se le averíe el coche
en medio de una autovía, solucionando el problema fácilmente llamando a una
grúa. Bien, no se lo discuto. Es más, le doy la razón. De hecho, yo, que
normalmente suelo hacer lo que hace todo el mundo, es lo que hice. O lo que iba
a hacer, hasta que recordé que tengo el móvil averiado y no puedo hacer
llamadas. Puedo hacerlas, pero no las hago, básicamente porque nadie oye lo que
digo a través de mi móvil.
Lo bueno de ir a pasar las vacaciones al pueblo de un amigo,
es que siempre tendrás gente dispuesta a ayudarte. Sobre todo si ese amigo se
encontraba circulando unos metros más adelante en el preciso momento en el que
se produjo la avería. Y sobre todo si ese amigo tiene un móvil en perfecto
estado de revista. Avisada la grúa, un problema resuelto. Acompañar al
conductor de la grúa a un taller cercano, a quien ya había avisado, con el
coche a cuestas y solucionar la avería era pan comido. Eso suponiendo que la
avería se pudiera solucionar con una rapidez conveniente, cosa que en esos
momentos un servidor desconocía.
Aún así, antes de todo
eso, debía de resolver otro “problemilla”… ¿Qué hago con los tres niños, las
tres bicicletas, la media docena de maletas, y las dos bolsas de víveres que
llevo en el maletero? Y lo que es peor aún… ¿qué hago con los dos packs de
cervezas que también llevo en el maletero? Si al menos hubiera estado cerca de
casa…, pero a más de 300 Km de mi casa y a unos 100 Km de distancia de mi destino, tales interrogantes
cobraban aún mayor importancia de lo que parece… Haga un esfuerzo en forma de
intentar imaginarse la situación.
Pero lo dicho, no hay como viajar al pueblo de un amigo para
encontrar rápidamente una solución. Solución en forma de coche de suegro para
hacer trasbordo de niños, maletas y víveres al otro coche. Las tres bicicletas
no entraban, pero afortunadamente las cervezas si, así que problema
solucionado.
Aún todavía, tres días después, me pregunto que habría sido
de mi, de los niños y de las cervezas si, en vez de ir precedido de mi amigo,
me habría ido sólo de vacaciones a cualquier complejo turístico… Sí, lo sé, yo
también me imagino a mi coche subido en la grúa con toda la familia dentro…
Continuará…