25 de abril de 2014

Atracción??

Un hombre entra en una cafetería. En un acto reflejo examina el interior de la misma guardando en su memoria todos los detalles que su mente le permite.  Dado que no es un ejemplar de mente brillante, los detalles que consigue procesar no son demasiados. Eso provoca que, no sólo esté a punto de caerse al no ver un escalón próximo a la puerta que acaba de cruzar, si no que algún metro más adelante, también se lleve por delante unas muletas que estaban apoyadas en una silla en posición diagonal. A pesar de todo, consigue llegar sin más contratiempos hasta el mostrador, donde permanece de pies porque no vio a tiempo la única banqueta libre…, que si vio una mujer que entró por la otra puerta existente del local…

La mujer también ha permanecido unos segundos plantada en la puerta tras cruzarla, y a pesar de tener aún puestas las gafas de sol, tarda apenas cinco segundos en sortear todos los obstáculos que se interponen entre ella y la única banqueta libre al lado del mostrador. Ni siquiera ha necesitado mirar a su espalda para saber a ciencia cierta cuantos clientes han seguido su trasero con la vista…, y sólo vuelve su cabeza para presenciar como aquel torpe se trastabillaba con la muleta apoyada en la silla en posición horizontal. Se sienta en la banqueta y pide un café mientras busca algo en el bolso. Le interrumpe la voz del hombre torpe pidiendo algo sin alcohol, y aunque en un principio no le presta demasiada atención, no puede evitar hacerlo al escuchar al camarero blasfemar por la falta de indecisión del cliente que no sabe qué bebida pedir, al mismo tiempo que le decía que él no era nadie para decidir qué debía beber un cliente…

El hombre está indeciso. Más aún con aquella espléndida mujer a escasos dos metros de su posición.  En tan sólo unos segundos, la mujer había conseguido que su mente no fuera capaz de decidir entre una cerveza sin alcohol o una Coca Cola, así que pensó: “de perdidos al río”… y pidió un Martini… Giró 90 grados y se situó de frente a la mujer que le había descentrado, intentando aparentar seguridad en sí mismo… sin conseguirlo, porque al girarse tropezó el vaso recién llenado, derramando su contenido sobre el mostrador… Más juramentos de boca del camarero y doble gasto para nuestro hombre.

Mientras añadía el azúcar al café, la mujer observa de reojo al hombre de su derecha que por fin se ha decidido por un Martini. Se percata de que se ha girado hacia ella y que ha tirado la bebida llegando a salpicar su rodilla desnuda. Coge una servilleta y la seca cuidadosamente mientras escucha un torpe y balbuceante “lo siento”. Ella levanta la vista y lo mira con una sonrisa indulgente. Se detiene a observarlo concienzudamente. Fija su vista en el entrecejo y la va bajando lentamente hasta llegar allá donde se unen las dos piernas. Vuelve a subir la vista pero a medio camino la vuelve a bajar, para detenerse en ese singular lugar dibujando su cara una expresión de asombro…

A duras penas el hombre intenta reponerse del espantoso ridículo que acaba de soportar al tropezar su copa. Intenta disculparse con la mujer de su izquierda, a quien ha salpicado la rodilla que tiene en medio de su interminable pierna. Comprueba aliviado que la mujer acepta sus disculpas mientras se seca con movimientos que simulan una caricia. El hombre pierde su mirada entre los pliegues de la corta falda, pero entre aquellos macizos muslos no corre el aire y el hermetismo es total. Levanta la mirada y se percata de que la mujer le está mirando su entrepierna. Poco a poco, la observadora va levantando la vista, y nuestro hombre se prepara para un inminente encuentro de sus miradas, pero al llegar los ojos de ella a su pecho, bruscamente vuelven a descender hasta la entrepierna… El ve cómo se dibuja en su cara un gesto de asombro y orgulloso espera a que le mire a los ojos. Tras unos segundos interminables, ella levanta la vista y… él no puede aguantar la mirada. Tímidamente baja su mirada… para descubrir que llevaba la bragueta abierta.


(Moraleja 1: El significado de una mirada es muy relativo… y variable, haciendo que cualquier parecido con la realidad sea pura coincidencia…).


Él intenta recomponerse como puede, en un acto reflejo y, cómo no, torpemente cierra la cremallera de su pantalón asegurándose de dejarlo todo en su sitio… Levantó la vista, tranquilizándose al ver la mirada complaciente que la mujer le dedicaba. Así y todo pensó: “tierra trágame”… Mientras tanto, ella pensaba: “me tragaría todo eso…”.

Siguieron dedicándose miradas, unas más furtivas que otras, mientras apuraban sus correspondientes bebidas, pero ninguno de los dos, cada uno por diferentes motivos, se atrevía a romper el hielo. Él porque pensaba que ya había hecho bastante el ridículo por aquel día. Ella porque no le parecía oportuno, sabe Dios porqué.

Pero poco a poco, dentro de cada uno de ellos iba creciendo una incontrolable ansiedad de hacer algo juntos. Fue ella quien se decidió antes a romper el hielo. Su mente buscaba las palabras idóneas que no pusieran más nervioso aún al torpe que tenía frente a ella. De repente una idea vino a su cabeza y, casi sin darse cuenta, la pronunció con un volumen lo suficientemente alto como para que él la oyera diciendo: “deberíamos echar el resto…”. Él la escuchó estupefacto y respondió: “me conformaría con echar uno…”.

Ni siquiera se dijeron sus nombres, pero una vez roto el hielo, ambos ganaron en confianza, él porque nunca la tuvo y ella porque no se sintió rechazada. Y ambos iniciaron esta conversación:

Ella- Aquí no podemos, esto es un lugar público.

Él- Tienes razón, ¿dónde lo hacemos?

Ella- En la misma calle… No tengo ganas de perder mi precioso tiempo buscando otro lugar más cómodo…
Él- De acuerdo, será un poco molesto, pero de acuerdo… ¡Camarero! Cóbreme las dos consumiciones…

Ella- A lo demás invito yo…

Tras pagar la cuenta, salieron a la calle y buscaron un lugar que les resguardara de la lluvia. Se cobijaron en un portalillo y, tras dedicarle ella una sonrisa, empezó a rebuscar en su bolso mientras decía: “creo que me queda uno”. Él ya no podía aguantar más la ansiedad, así que la ayudó a buscar aquello que necesitaban:

Él- Si no lo encuentras sé dónde podemos comprar más, así podremos echar más de uno.

Ella- Mírale a él qué espabilado… Y eso que te conformabas con uno.

Él- Bueno, si sólo se puede uno, pues uno, pero si hay posibilidad de más… ¿Para qué desaprovechar la ocasión?...

Ella- Tienes razón… Pero ¿porqué me habré comprado yo un bolso tan grande?... ¡Ah!... Aquí está…

Ansiosa ella también, lo tomó en sus manos y dirigiendo su boca hacia él… lo encendió con el mechero que tenía en el bolsillo… Aunque enseguida se dieron cuenta de que con uno no les iba a alcanzar…

(Moraleja 2: Nunca lleves sólo uno…, nunca se sabe con quién lo vas a tener que compartir…).





20 de abril de 2014

Sexo salvaje...

Una visita al Parque de la Naturaleza de Cabárceno da para mucho. Y muchas visitas dan para mucho más…

Si usted se saca el pase anual, tiene la posibilidad de visitarlo 365 días al año, aunque no creo que nadie en su sano juicio lo haga. Ni siquiera los que trabajan allí van los 365 días… ni yo tampoco. Y si usted tiene dicho pase, seguro que tampoco lo hará. Y cualquiera puede pensar que llegará un día en que se aburra de visitar el parque y de ver siempre lo mismo…

Se equivoca. Allí siempre se ve algo nuevo, algo que aprender o situaciones, cuanto menos, curiosas. Y eso es lo que me pasó a mí el otro día. A mí y a todos los que estaban en el mismo lugar y en el mismo instante, no se crea que soy especial y que tengo privilegios sobre lo que allí ocurre. En absoluto.

Porque… ¿Cuántas veces ha tenido la posibilidad de presenciar en directo, la cópula de una pareja de animales? No, asistir a un espectáculo porno de humanos en directo no cuenta. Tampoco cuenta aquella vez que vio a una pareja en las dunas de la playa en actitud “cariñosa”. Me refiero a ese acto de dos animales en pos del noble objetivo de perpetuar la especie. La especie propia por supuesto.

Seguro que no ha tenido demasiadas oportunidades ¿verdad? Yo tampoco. No hasta el otro día, donde no sólo fui testigo de la cópula de una especie animal, si no que fui testigo de la cópula de dos especies animales. En realidad serían tres si cuento lo que pasó después en mi… pero qué digo, eso no le importa.

En primer lugar fui testigo de cómo un tigre y una tigresa, tras hacerse mimos, ronroneos y colocarse en situación, iniciaron una copula. He aquí la prueba fotográfica:



Parece una feliz cópula ¿verdad? Pues nada más lejos de la realidad, ya que la tigresa, como todo el mundo sabe, es del género femenino, y tras un momento de aparente sumisión y consentimiento para que el macho procediera, decidió que ya no quería más, que le dolía la cabeza o que se sentía incómoda ante la mirada de un servidor y otros 50 espectadores más, y, dando un escalofriante rugido, que a mí me sonó a algo así como “déjame en paz so pesado”, le quitó las ganas al tigre de seguir con el mete-saca. Vamos, lo que se viene conociendo como un auténtico “coitus-interruptus”. El pobre se debió de quedar con un calentón del carajo, resultando ser la tigresa una auténtica calienta pollas, y dejándonos a todos con las ganas de presenciar un orgasmo tigresco.

Tan sólo unas horas después, tuve la fortuna de ser testigo del mismo acto en otra parcela del parque. Justo en la parcela en la que habitan unas simpáticas tortugas. Y estas sí que no defraudaron. Como se puede usted figurar, el acto de apareamiento de las tortugas es… lento. Y más cercano, ya que se las podía observar más de cerca. Pero a pesar de la cercanía, un servidor fue incapaz de llegar a ver por dónde entraba lo que tenía que entrar, ni ver lo que tenía que entrar… ni si entró o no entró por donde tenía que entrar… ¡Maldito caparazón!. Lo que sí estoy seguro, es que el acto se consumó. Bastante placenteramente, ya que los bramidos que soltaba el macho sólo podían ser el resultado de un acto sexual satisfactorio, o si lo prefieren, de una corrida salvaje… 

Por desgracia, no tengo prueba sonora y sólo tengo prueba fotográfica, así que tendrán que fiarse de mi palabra…