Domingo, 19:34 de la tarde.
Me dispongo a iniciar el rito dominical de hacer la cena, mientras degusto una refrescante cerveza (aunque no lo crean, así es como suelen estar las cervezas cuando permanecen cierto tiempo en la nevera…), y como siempre, lo inicio quitándole la piel a las patatas cuchillo en mano… Dicho finamente, pelando las patatas, que además en este caso y debido a que teníamos invitados, la cantidad de tubérculos a ser pelados iba a ser una cantidad considerable .
A mi lado, impertérrito hasta el momento, permanece inmóvil en su cubículo un habitante que, por capricho de mi hija, vive desde hace una semana de ocupa en mi casa, más concretamente en la provincia cocina allá al norte, un grillo… bastante negro. El animalito en cuestión, decide obsequiarme con la interpretación de una pieza improvisada, que acepto de forma divertida como acompañante de mi tarea…
Domingo, 20:05 de la tarde.
Termino de pelar las patatas (sí, tengo la mala costumbre de hacerlo despacito, para no perder ningún miembro ni nada de eso…). Mi amigo el grillo continúa con la interpretación de su solo de alas y empiezo a pensar si el motivo de tanta animación no tendrá como origen algún malestar con su estómago. Más concretamente por tenerlo vacío… Sin dejar mi labor, le digo a mi hija que le eche un poco de lechuga a ver si se calma. Tras echarle un trozo de dicha hortaliza, la cual le tapó por completo, se calla durante unos segundos… justo el tiempo que tarda en subirse encima de la lechuga, pero enseguida continúa con su afición favorita,
Domingo, 20:25 de la tarde.
Mientras se fríe la primera sartén de patatas, empiezo a notar como un ruido molesto se introduce por mis oídos y se instala casi a fuego en mi cerebro… Sí, el ruido en cuestión es un crí crí bastante molesto a estas alturas, y empiezo a pensar si tanta insistencia no tendrá que ver con el hecho de que posiblemente le ha llegado el olor de las patatas en la sartén y preferiría una patata en lugar de la lechuga… Eso me hace dudar entre darle un trozo de patata… o echarle a la sartén para que se sirva él mismo…
Domingo, 20:45 de la tarde.
Con cautela y de una manera condescendiente, traslado el habitáculo de mi “amigo” el grillo al otro lado de la ventana, es decir, al balcón… Pero mi hija se da cuenta y dice: “Papi, si le sacas a la calle se va a morir de frío…”. Y cuando te dicen algo así, con esa carita de pena, no te puedes negar, así que haciendo de tripas corazón, le vuelvo a ubicar a su posición original, a lo cual mi “amigo”, para demostrarme su gratitud, decide intensificar su cántico para algarabía de mi hija y sufrimiento de mis oídos…
Domingo, 21:45 de la noche.
Ya hemos cenado, y mientras recogemos la cocina, nuestro “amigo” continúa incansable con su pasatiempo preferido. Sí, a mi también me parece increíble que un trocito de lechuga, que ni siquiera se había comido entero, proporcionara tanta energía… Mi cabeza parece ya un auditorio, pero como ya iba a abandonar la cocina, decido no tomar represalias dolorosas, y le brindo a mi “amigo” el placer de dejarlo sólo en la cocina con la radio puesta escuchando los resultados de las elecciones…
Afortunadamente, el lunes ya no nos quedaba lechuga…